26 enero 2012

Desconocidos



Hoy fui a una sucursal de Claro para ver si podía cambiar de equipo telefónico. Al final nunca me enteré, pero tengo la impresión de que no. Según el recepcionista sólo se pueden cambiar los equipos cada 18 meses, y creo que cumpliré ese tiempo por ahí por abril o mayo... Como mencione en una de las entradas anteriores, no soy realmente muy fanática de los teléfonos, pero el celular lo ocupo para básicamente enviar mensajes de texto, que con mi teclado QWERTY resulta muy expedito y para internet. El tema es que quiero un aparato nuevo con un sistema operativo más amigable con aplicaciones como Whatsapp y los juegos de Facebook en los que participo. Idealmente quiero conservar el teclado, y agregar un sistema operativo Android como upgrade a mi situación telefónica móvil actual.

El caso es que le pregunté al de la puerta, que me dijo 18 meses, pero como igual quería consultar con la persona directamente encargada, subí al segundo piso de la sucursal y me encontré con una fila como de una cuadra de largo. Maldita portabilidad. En consecuencia, me di media vuelta y me fui. Volveré en un par de semanas cuando haya pasado el boom de las promociones y los cambios de compañías.

Pero esta entrada no es para contar la fallida historia de mi cambio de equipo telefónico sino una reflexión acerca de los desconocidos. Sucede que en el camino me saludaron dos desconocidos, recibí un par de "piropos" y unos cuantos viejos verdes me quedaron mirando con fijeza. Y ojo, no me estoy quebrando al respecto. Esa clase de situaciones no me producen ni orgullo ni satisfacción de ningún tipo, sino que un sentimiento más parecido al miedo. Creo que me inculcaron demasiado bien el temor a los hombres desconocidos durante mi infancia.

Durante muchos años viví un poco en la inconsciencia con respecto a todo aquello que me rodeaba. Entre lo piti-ciega y lo inmersa que me encontraba en mis propias reflexiones y extenso mundo interior, caminaba por la calle ajena un poco a todo. Generalmente sólo notaba a los desconocidos en casos de gran escándalo, como cuando mi amiga Lola se daba vuelta a insultarlos por decirme cosas. En cierto sentido era ideal. Vivía en un mundo seguro y semi-desierto, donde los únicos habitantes eran mis personas más allegadas, mientras que el resto sólo existían como obstáculos móviles en el camino. Y tampoco quiero decir que yo sea antisocial. De hecho si me presentan a personas nuevas converso y me integro con rapidez, si me invitan a algún lugar nunca se me ocurre de inmediato preguntar quién va porque sé que encontraré a alguien con quien interactuar y no me genera ningún conflicto. Así que insisto: no es de antisocial, es de distraída. Pero bueno, con los años he notado que camino más alerta, menos ensimismada, quizás porque ando más sola y siento que debo ser más cauta. Igual a veces recaigo en mis viejos hábitos de "no ver" a mi alrededor. Es que ya he convertido a la acción de ignorar a los demás en un arte.

Y el tema es que aunque no sea antisocial, los desconocidos me atemorizan. No sé qué quieren, no sé quiénes son, y no me agrada eso. Y aunque parezca una contradicción con lo anterior, donde afirmo que no tengo problemas con conocer gente nueva, en realidad no lo es. Porque la gente nueva, de acuerdo a mi definición, trae una suerte de referencias. Es gente nueva en mis círculos laborales, o académicos, o de alguna actividad extraprogramática en la que participe. O es amigo de mis amigos. La gente en la calle no cae en esas categorías.

Y yo me pregunto cuál es la idea de saludar o piropear a una desconocida por la calle. ¿Pretenderán que me detenga para conversarles? Mi madre siempre me dijo que no hablara con desconocidos. Y aun no lo hago, ni pretendo comenzar a hacerlo...

1 comentario:

Dr_Cucho dijo...

El temor a lo desconocido es algo inherente en nuestra naturaleza humana, de seguro algún fan de Darwin puede plantear que es una herramienta que ha permitido preservarnos como especie al alejarnos de los peligros (aquí podemos citar a Alejandro Dumas que plantea: “No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor”), o quizás mi psicóloga (que aparentemente volví loca y ahora colecciona bolas de mimbre para cuidar a sus 45 gatos) diría que es una “Pulsión de Vida” ya que permitiría mantenernos a salvo. Con las mujeres este recelo a desconocidos puede ser más evidente debido a que son vistas como entes más vulnerables a una eventual agresión, por lo mismo mejor “prevenir que lamentar” y se opta por darles un ambiente de seguridad y protección… pero claro puedes caer en el extremo de generar tal grado de “burbuja de seguridad” que el sujeto no se dé cuenta de cuánto lo rodea hasta que le toque valérselas un poco más por si mismo…
En lo personal no soy muy dado de conocer gente nueva, de hecho me carga a amenos que mi interlocutor me impresione agradable y/o interesante a la primera… soy de los que prefiere desligarse del mundo escuchando música lo que a veces hace que me pierda muchos detalles de cuanto me rodea, pero cuando menos el estar solo me ha vuelto (algo) más responsable y me ha obligado a estar un tanto más alerta…
PD: el teclado QWERTY es bastante más cómodo que el touch screen para enviar mensajes definitivamente, quién sabe si en una de esas me convenzas para acompañarte a consultar sobre un nuevo equipo en el caluroso Santiago…