16 febrero 2012

Sobre Clases, Universidades, Prestigio y Prejuicios

En mi opinión, en Chile existe un gran mito acerca de las universidades privadas. Y ese mito genera una serie de prejuicios con los que estoy en profundo desacuerdo. Y es cierto que más de alguno podría alegar conflicto de intereses en esa opinión, porque es cierto, me eduqué en una universidad privada. Dos de ellas para ser exactos. Tres, si contamos el diplomado. Y además, hago clases en una de ellas. Y, a pesar de toda esta "mediocre educación", como algunos podrían considerar, soy una profesional muy bien calificada, trabajo en un lugar de prestigio, tengo un curriculum que más de alguno ha calificado de impresionante (sin falsa modestia) y creo que no tengo nada que envidiarle a los hijos de "escuelas tradicionales". Life is good.
No desconozco que la tradición tiene cierto peso. Se supone que llevan más tiempo haciendo las cosas, y que saben hacerlas medianamente bien. Pero a estas alturas, donde ya hay universidades privadas con más de 30 años de experiencia en el rubro, creo que no es presuntuoso asumir que alguna cosa bien saben hacer también... No me voy a meter a hablar del lucro o no lucro porque ese es un tema que es tangencial a esta conversación.
Asumo que el talón de aquiles de las universidades privadas, o al menos de varias de ellas, es la diferencia que radica en un proceso de admisión versus un proceso de selección. Las universidades tradicionales, y algunas de las universidades privadas más prestigiosas, o en específico ciertas carreras consideradas de elite, cuentan con una demanda que excede a la oferta (por la razón que sea... ya vamos a eso...) y por lo tanto pueden darse el lujo de rechazar alumnos y seleccionar a aquellos que consideren mejores, por muy discutibles que sean las herramientas para determinar esto. Pero siendo generosos y concediendo que el instrumento de medición, llámese PSU o PAA, como era en mis tiempos, y/o entrevista personal, funciona, entonces es justo asumir que estas universidades o carreras cuentan con mejor "materia prima" y por lo tanto pueden obtener un "mejor producto" al cabo de ciertos años de transformaciones y moldeamientos intelectuales y académicos.
Pero esto es relativamente fácil de lograr. Sin desmerecer a nadie. Si tienes los mejores ingredientes, y una receta standard decente que sigues fielmente, es difícil que eches a perder una comida. El arte está en transformar elementos comunes y corrientes en una obra maestra culinaria, agregándole de paso tu sello personal. Esa es un poco la misión del resto de universidades privadas. Ya que no cuentan con esa demanda cautiva, que les otorga un alto valor y utilidad, muchas veces aceptan nuevos alumnos en forma casi indiscriminada (hasta el más pobre de los chefs debe rechazar la comida descompuesta... aunque soy consciente que no debe faltar el que insiste en preparar el pescado podrido...). Es a estos alumnos, que están lejos de ser considerados (muchas veces injustamente) la crème de la crème, que las universidades privadas deben formar y convertir, con un poco de suerte y mucha dedicación, en obras maestras profesionales.
El punto es el cómo. Como ya mencioné, he pasado por tres universidades privadas. Todas tienen su sello. Tomemos, por ejemplo, la universidad donde pasé 5 años odiando mi vida y estudiando medicina. La llamaremos AB para "proteger su identidad", porque como dicen por ahí, cuando no tienes nada bueno que decir, es mejor callar. Los lectores inteligentes, y aquellos que me conocen, de todas maneras sabrán a cuál me refiero. Por ser esta carrera, se aplica un modelo de selección muy similar al de las universidades tradicionales. Además, sigue un modelo lectivo que usan la mayoría de las universidades tradicionales de nuestro país. Bajo la política del terror, básicamente se dedican a ningunearte, aplastar tu espíritu, tu autoestima y logran que tus únicas alegrías se traduzcan básicamente a sentirte como una cucaracha que sobrevivió Chernobyl.
Después me cambié a ingeniería comercial a la Universidad del Pacífico. Puedo nombrarla con todas sus letras, porque me siento orgullosa de mi universidad y de haber pasado por sus aulas. Además que creo que es el ejemplo más claro que puedo dar para ilustrar mi punto. Mi universidad no es una universidad grande, no tiene un gran prestigio en el mercado (exceptuando carreras como publicidad, y tal vez diseño) y de acuerdo a los rankings, si es que se acuerdan de incluirla, suele estar en el segundo o tercer cuartil. Sin embargo, se merecen toda mi admiración. Sus "debilidades" son en cierta medida también sus fortalezas. Su tamaño hace que no sea conocida, puesto que las generaciones de egresados son minúsculas en comparación a otras grandes entidades académicas del país. Pero también hace que sea mucho más personalizada que cualquiera de las otras "grandes instituciones". Eso sumado a una real preocupación por los alumnos que se traduce en acciones concretas hace que los alumnos realmente evolucionen a través de los años para transformarse en profesionales capaces y preparados.
Los profesores tienen un rol importantísimo en esto. El tamaño de las clases permite contacto directo con el profesor y mejora la relación de aprendizaje. A eso se agrega una administración siempre preocupada, que se refleja en cosas como asignaturas especialmente diseñadas para nivelar a los alumnos en temas que resultan usualmente complejos, en vez de dejar de choquen contra la oscuridad insondable de la ignorancia y los vacíos de conocimiento. Específicamente hablo de Introducción a las Matemáticas, que cubre tópicos de toda la enseñanza media, y evita que las tasas de reprobación en Álgebra se disparen innecesariamente. Se refleja también en programas de apoyo, en horarios adicionales, que refuerzan áreas donde se ve que los alumnos están más débiles, se refleja en la preocupación constante por saber qué está pasando, qué piensan los alumnos, qué necesitan, y ahora que estoy del otro lado, desempeñándome como docente, se refleja también en las directivas que nos dan, y que tienen por objeto apoyar el aprendizaje como objetivo principal por sobre cualquier otra cosa.
Soy una firme convencida que la Universidad del Pacífico podría lograr maravillas con alumnos que pasaran por un proceso de selección más estricto. Así como un chef excelente puede lograr maravillas con carne de Kobe. Pero así como el chef también puede lograr resultados excelentes con cualquier otra carne que no sea de Kobe, mi universidad logra cosas estupendas con los alumnos que tiene, formándolos no sólo como profesionales, sino que más importante aun, como seres humanos. Y que no tienen nada que envidiarle a esos alumnos de base excelente con espíritu de sobrevivientes. Por ahí alguna vez escuché, en relación a un "experimento académico" de Harvard para dilucidar qué método de enseñanza era mejor, que en realidad no era muy válido puesto que sea como sea, estábamos hablando de alumnos de Harvard, y ellos van a lograr buenos resultados con el método que sea. Mi punto es exactamente ese. No podemos desmerecer a esos alumnos de Harvard. No podemos desmerecer a los alumnos de universidades tradicionales, que llegaron ahí por mérito propio. Pero el prejuicio al alumno de la universidad privada debe acabar. La materia prima es sólo una parte a considerar, y en mi opinión, es el proceso lo más importante para determinar el resultado final. El prejuicio puede hacer que te pierdas un plato espectacularmente bueno...

13 febrero 2012

Lancelot y Ginebra - 2 en 1

Soy una persona bastante operada de los nervios. Me angustian y agotan las confrontaciones, aunque disfrute de una buena discusión (ojo que no es lo mismo; discutir puntos de vista, en un plano intelectual, es muy distinto a una confrontación que involucra un distrés emocional). Esto hace que rehuya las peleas y creo que es la clave de mi paciencia. En general, soy muy paciente con muchas cosas (a menos que sea estupidez flagrante, evidente y promocionada). Por ejemplo, cuando me llaman ofreciéndome productos que no quiero ni necesito, soy muy amable hasta que la reiteración se vuelve insostenible. Pero francamente me molesta que uno tenga que enojarse para que te dejen de molestar. ¿Por qué esperar a que una saque a la mujer dragón de adentro para cortar con cosas que evidentemente resultan molestas? Pero hay gente que no entiende a la primera...
Ayer estuve peleando con un amigo por un rato considerable. No voy a entrar en detalles porque no me corresponde andar ventilando problemas ajenos. Voy a decir, sin embargo, que lo que más me agotó no fue la pelea en sí, sino que el hecho de sentir que no me correspondía ser parte de esa pelea, pero aun así no se me daba la opción de escapatoria. Mi amigo me pidió un "consejo", aunque sentí que quería que yo fuera árbitro en su propia discusión interna y finalmente le dijera qué hacer. Es una posición incómoda. Y además me terminó reclamando por retarlo mucho. O sea, me obliga, en contra de mi voluntad, a participar de un tema que no incumbe en lo absoluto, y encima no quiere consecuencias negativas de ningún tipo. Así es muy cómodo para él...
Uno de sus argumentos fue que si yo le pidiera ayuda, él me apoyaría (cosa que dudo... no es precisamente del tipo de persona que apoya... no porque no quiera, sino porque no sabe cómo...). Yo le contesté que si algún día me viera metida en algún tema complejo similar, no lo buscaría. Yo no suelo pedir consejos de cosas importantes. No suelo buscar apoyo. Por complejo que sea el problema, tiendo a mantener mi coflicto interno precisamente de esa manera. Mi poker face es fantástica. Quizás esté mal, o eso he oído, pero a mí me acomoda más así. Siempre he sido de la filosofía de lavar la ropa sucia en casa. Además de que no me gusta hacer preguntas de las cuáles no quiero escuchar la respuesta. Si sé que estoy haciendo algo mal, no necesito que me lo digan porque YA LO SÉ. No hace falta que me lo restrieguen. Y el otro problema es que creo que debo hacerme cargo de mis propias decisiones. No puedo tomar decisiones basada en lo que otros piensan, o creen. Tomo decisiones en base a lo que yo pienso o creo. Si me equivoco, yo me equivoqué. No alguien más. Nadie más que yo puede tener todos los elementos de decisión sobre mi vida. Nadie más puede saber exactamente lo que siento. Pueden tener una idea, más o menos aproximada, pero es sólo eso: una idea. Además, nadie tiene mis vivencias, mis reacciones, mis creencias. Yo soy única (así como todos lo somos) y por lo tanto debo tomar decisiones únicas para mis situaciones únicas. No es una responsabilidad traspasable o delegable.
Sin embargo hay gente que pareciera tener una tremenda necesidad de que le digan qué hacer. Y si no hay nadie que se lo diga, se pierden. Se angustian, se paralizan, no sé. Quizás soy demasiado fuerte (en voluntad y determinación, porque mi fuerza física es bastante desdeñable), pero yo peleo mis propias batallas. Creo que es lo justo. Y de hecho, tengo suficiente fortaleza emocional, como para no pelearlas, sino que "negociarlas". Como dijo Thomas Mann, "la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz". Pero, no por ello, mi fortaleza implica que voy a ser el paladín de guerras ajenas. No es mi rol. Ahora, es cierto que puedo aconsejar, puedo apoyar y puedo acompañar. Pero no asumiré responsabilidad sobre decisiones ajenas. Yo hago lo que quiero, y mi consejo siempre va en la línea de que los demás también lo hagan. Y mi rol de consejera es tratar de ayudar a que descubran qué cresta quieren si es que no lo tienen claro.