23 septiembre 2008

Descompaginada


A veces creo que tengo un problema de frecuencias. No existo en la misma longitud de onda que el resto. No estoy en la misma página... de hecho, creo seriamente que estoy descompaginada.

Y es que cuando todos están en una cosa, yo extrañamente o voy mucho más atrás, o me adelanté hace rato. Recuerdo que una vez un profesor al calificarme tenía que determinar si yo "me comportaba de acuerdo a mi edad" y su respuesta fue algo así como "a veces" o algo parecido. Mi madre se indignó y criticó su criterio de evaluación. Pero una parte de mí siempre le encontró razón... Otra vez tomé un test que evaluaba mi verdadera edad: mentalmente tenía como ciento y tantos años, y emocionalmente alrededor de quince. Lo cual explica muchas cosas.

Me pasa sobretodo con las relaciones... las vivo en "fast forward". O sea que mientras los otros están en pleno proceso de encantamiento, yo me encanté, desencanté y estoy empezando a aburrirme. Es un serio problema. Por eso está la Regla de las Dos Semanas, según la cual si alguien me gusta más de dos semanas, se eleva exponencialmente su posibilidad de mantener mi atención por un periodo más o menos razonable de tiempo. Aunque por "razonable" sólo pueda asegurar que sean un par de meses. Quizás sea sólo un grave problema de concentración.

El problema es cuando yo, por estar interesada gatillé un interés en el otro... y de ahí se me pasa y ahí queda el otro pobre cristiano... Y no soy mala... por lo menos no TAN mala. Juro que es de buena fé. Pero simplemente paso de página más rápido. Mi velocidad lectora parece extenderse en este sentido también. Y así me meto en líos. Y no hay quien entienda que simplemente nací descompaginada...

07 septiembre 2008

Pasteles

NOTAS DE LA AUTORA:

A. Pastel: (1) m. Masa de harina y manteca, cocida al horno, en que ordinariamente se envuelve crema o dulce, y a veces carne, fruta o pescado.
(2) chilensis Dícese de una persona con escaso coeficiente intelectual. Gil. Sinónimo del chilenismo amermelado.

B. Si perteneces al género masculino, no te aconsejo que sigas leyendo, a riesgo de que tu ego se vea seriamente comprometido. Si decides ignorar esta advertencia, me desligo de cualquier responsabilidad por los daños sicológicos y emocionales que pudiera generar la lectura de este texto.

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Los hombres son unos pasteles. Y esta vez ni siquiera haré excepciones: TODOS son unos pasteles. Eventualmente, por una u otra razón, todos se merecen el apelativo. Y no es que una sea un dechado de virtud y perfección, o que no merezca el apelativo de vez en cuando. Pero esta entrada no se trata sobre la "pastelitud" de las mujeres, sino, la de los hombres. Prometo que en otra ocasión sacaré a relucir este lado B, en orden de analizar las dos caras de la moneda.

En alguna ocasión, arreglando el mundo con mis amigas, nos dimos cuenta de que además de recibir el apelativo en su acepción chilena, los hombres tienen más similitudes con los pasteles, en su acepción aceptada por la real academia de la lengua española. Al igual que los pasteles comestibles, los hombres vienen en una variedad infinita de formas, colores y sabores. Hay hombres que son como pasteles de fresa, bien "niñitas" para sus cosas, hombres que son como pasteles de chocolate, genuinamente dulces y encantadores, una tentación con sólo verlos, pero peligrosamente adictivos y tendientes a repartir su dulzura a quien quiera "probarlos", e incluso hay pasteles "alternativos", de verduras o de carne, un poco incomprendidos dentro de tanta dulzura con la que se asocia generalmente a los pasteles.

Y bueno, al igual que cuando existe el antojo de comer pastel, ya sea autoinducido o como consecuencia de ver uno realmente apetitoso en una vitrina (o quizás incluso por ver cómo otras personas disfrutan sus pasteles, lo que te hace desear tener uno también para ti), los hombres también se nos antojan a veces. El problema, y aquí yace la diferencia entre hombres y pasteles, es que cuando te comes un pastel eres feliz (aunque después a algunas les baje la angustia por haber comido más de la cuenta y la sicosis de contar calorías), pero en cambio con los hombres, en el minuto en que cae en la categoría de pastel, te enfrentas al tremendo dilema de mandarlo a freir monos, o aguantarlo con la esperanza de que sea sólo un episodio pasajero, para compensar todas las cosas buenas que tiene cuando no es un pastel (la típica y trillada justificación de "nadie es perfecto").

Particularmente, los pasteles me tienen cansada y creo seriamente que necesito una dieta estricta con ausencia de ellos. Y no me refiero a los que se comen. Y lo siento, pero la paciencia no es mi fuerte, la estupidez me revienta, y no ando en ánimos masoquistas de hacerme problemas en forma gratuita.

Cada día que pasa me convenzo más que la soltería es una opción para nada desagradable, y de todas maneras me encantan los gatos. Y es que soy un espíritu libre, me ahogo con demasiada felicidad, y tengo demasiadas actividades como para tener que dedicar tiempo a algo más en mi vida. O en este caso, a alguien más. Y no es egoísmo. Simplemente ya tengo demasiadas responsabilidades ineludibles que ocupan el 90% de mi tiempo. Y el 10% restante, sólo quiero un tiempo para mí.

Quizás es que no me he enamorado, ni he conocido a nadie que haga que me trague estas palabras... Mi problema es que pienso demasiado, y todas las burdas técnicas de conquista que suelen usar estos pasteles ambulantes son un insulto a mi inteligencia, y así nadie puede. Si al minuto en que salen a relucir sus brillantes armaduras, yo me estoy dando cuenta que no es nada más que papel de aluminio, ¿cómo puedo creer lo que sea que venga después? Quizás necesito un experto en efectos especiales. Aunque idealmente, preferiría un hombre que no sea comparable a un alimento.